Siempre que termina un año y que empezamos uno nuevo nos gusta repasar lo vivido y prever cómo será el próximo año que estrenamos. Y tendemos a acompañar esta previsión con múltiples propósitos que trataremos de cumplir en el futuro.
A menudo el balance del año en términos sociales nos puede dejar con el corazón afligido. Algunos superan este desánimo contrarrestando este impacto con «optimismo», es decir, la convicción de que las cosas mejorarán, no porque haya razones especiales para hacerlo, sino como un impulso de su carácter optimista para buscar generar un cambio positivo.
El optimismo es el primer paso para conseguir cualquier objetivo. Más aún, es el impulso para actuar y no dejar que nos paralice la impotencia o el miedo. ¿Cómo va a iniciar nadie un proyecto sin creer que tendrá éxito, a solucionar un problema si piensa que no puede? ¿Cómo superar la crisis que sufrimos sin confianza en lograrlo?
Es conocida la importancia de la actitud en la recuperación de una enfermedad. Pues bien, lo mismo sucede en casi todos los ámbitos, incluida la economía.
Así que por eso es muy importante iniciar el año con un pensamiento positivo, ya que éste permite preservar la salud, la eficacia, la disposición, confianza y adaptación permitiendo así obtener mejores resultados en sus metas, al contrario de los pesimistas.
Enero al ser el inicio de año es un buen mes para dimensionar los problemas y sus soluciones, pero solo se puede esperar que al final del año se tengan las suficientes razones para reírnos después de que cambiemos todo lo que hay que cambiar y construyamos todo lo que haya por construir.
Churchill decía que el optimista ve una oportunidad en cada calamidad y el pesimista lo contrario. Yo elijo lo primero.